Tradicion y Costumbre Tumupaceño

Durante las fiestas patronales en tumupasa se puede apreciarEl pasado y futuro del pueblo indígena tacana Melchor Marupa Navi dice que desde el 27 de mayo, Día de la Madre, el frío no paró en la población tacana de San Silvestre, lo cual trajo resfríos y tos entre sus habitantes. “Ni los curanderos nos salvaron del surazo”. ¿Y sus dioses? “Casi todas nuestras tradiciones se han perdido entre los jóvenes. Pocos creen en ellas. Casi nadie habla de los espíritus de los árboles ni de dónde hemos venido los miembros de mi etnia. El legado de los abuelos no aparece y por eso hace frío”. Se sujeta su camisa desabotonada mientras se sienta a la puerta de su casa. La nación tacana ocupa regiones del Beni, La Paz y Pando. Una cultura impregnada de una mitología sin límites, la cual es expuesta en su Centro Cultural erigido en el municipio de San Buenaventura. Según ésta, Dios creó el cerro Caquiahuaca para que cuide todas las cosas de la tierra, cerca de la comarca Tumu-pasa (piedra-blanca), a dos horas de viaje en coche desde tierra sambueneña. El fundador de su pueblo fue Tacana, el jefe triunfador de los grupos humanos, allí donde manda la Madre Tierra o Eauaquinahi, la Pachamama desde que los quechuas llegaron a sus predios. Para el antropólogo José Teijeiro Villarreal, “nadie pudo establecer el significado de la palabra tacana”. Su colega Wigberto Rivero Pinto sostiene que el origen de esta etnia no tiene un periodo exacto y se mezcla con los datos de la mayoría de los grupos originarios de la Amazonía. “Unos dicen que sus miembros emigraron desde la costa en el Caribe, lo que hoy es Venezuela y Brasil. Pero hay referencias de que moraban esta región del norte paceño antes del imperio Inca y de la Colonia española. Por ello, gran parte de la población rural de Pando y Beni es de procedencia tacana”. Habitantes del Antisuyo La historia oficial manejada por esta nación indígena se divide en Preincaica, Colonial, Republicana y Actual. En el primer periodo sus dominios comprendían los ríos Beni, Madre de Dios, Madidi y Tuichi. Sus integrantes de entonces habitaban la zona del Antisuyo y se resistieron a la conquista incaica. No obstante, Rivero plantea que la invasión de los incas logró desestructurar su organización social y les obligó a aceptar una tarea de intermediación entre la cultura andina y las de la amazonia. “Pero se ha sostenido también que la interacción entre las tierras altas y las bajas data del periodo de la cultura Mollo (hacia el 1200 después de Cristo)”. Los misioneros evangélicos John e Ida Ottaviano, que vivieron con los tacanas en los años 60 del siglo pasado, relatan que éstos no fueron subyugados por los incas. Eso sí, sus mitos hablan con temor y respeto del monarca imperial y afirman que fue él quien vino a sus áreas y volvió rica a Ixiamas (hoy en la provincia Iturralde de La Paz), mientras que algún disgusto que tuvo en Tumupasa causó la pobreza de esta localidad y que estuviera cubierta con rocas, de lo cual derivaría su nombre originario. La palabra tacana para el hombre blanco es viracocha, nombre de un dios inca; de allí la influencia quechua en esta cultura. Los tacanas cuentan que desde 1780 pagaron tributo a la Colonia con cacao silvestre. “En los siglos XVI y XVII, los españoles enviaron 20 expediciones en busca del mito de Eldorado o Paitití; de éstas, el primer registro sobre ellos es de 1539, durante la realizada por Pedro Anzúrez, quien ingresando por los caminos del actual Perú, en un intento de ubicar la región de Moxos, llegó a los llanos de Apolobamba, donde primero conoció noticias de la familia tacana asentada sobre los márgenes de los ríos Omapalcas, Diabeni o Beni y el Tuichi”. Anzúrez, afina Rivero, informó de indígenas que vivían en asentamientos de 100 a 300 personas, en casas comunales, combinando la agricultura con la caza y la pesca. Eran dirigidos por jefes (ecuai) y chamanes y sostenían diversos conflictos interétnicos, especialmente con los miembros de las etnias circundantes de los lecos y los mosetenes. Hasta que a finales del siglo XVII los misioneros franciscanos llegaron al pueblo tacana: los textos recogidos indican que hasta este tiempo los originarios no usaban ropa alguna y los hombres tenían el cabello largo recogido en colas. Así, en 1617 se creó la misión de Trinidad del Yariapu, que en 1713 se trasladó a la actual Tumupasa. Posteriormente se formaron en esta zona las misiones de Ixiamas y San José de Uchupiamonas con grupos de diferentes pueblos, como los tacanas, pamainos, saparunas, toromonas, araonas, marcanis, chiyulos (chilluvos), huacayanas y guarisas. Los franciscanos les enseñaron a usar prendas de vestir y los varones empezaron a cortarse el cabello. Los misioneros igual escribieron un catecismo en su lengua para facilitar el trabajo de los clérigos. En la vida republicana, señala un texto del Consejo Indígena del Pueblo Tacana (Cipta), se presentó el proceso de la explotación de la quina (1850-1860), el caucho (1880) y la castaña (1930), actividades que incrementaron la demanda y abuso de transportadores tacanas, sobre todo cargadores, operarios y balseros, para el intercambio económico entre las ciudades andinas y la amazonia, provocando la migración, muchas veces forzada, de algunas familias de esta etnia a los Yungas, mientras que otras se concentraron en los puertos de Rurrenabaque y San Buenaventura. “En 1953, la Reforma Agraria no nos benefició, su énfasis fue en la zona andina. Recién en 1986 tres comunidades obtuvieron títulos de propiedad. En los años 60 se inició la explotación forestal, lo cual luego se intensificó con la apertura del camino de San Buenaventura hacia Ixiamas, en 1990. Esta carretera trajo y aún trae a emigrantes aymaras, quechuas y extranjeros hacia nuestro territorio, y también intensifica el tráfico de cueros de felinos y caimanes”. Así, los tacanas iniciaron en la anterior década la lucha por la tenencia de los predios habitados por sus antepasados. El norte de los tacanas En la actualidad, el pueblo indígena tacana está disperso entre los departamentos de Pando, en las provincias de Madre de Dios y Manuripi; Beni, en las provincia Ballivián y Vaca Díez, y la mayoría de su población se encuentra en la provincia Abel Iturralde, municipios de Ixiamas y San Buenaventura del departamento de La Paz; en esta última región comparten el espacio con el Área Natural de Manejo Integrado Madidi y el Parque Nacional Madidi. La principal organización que aglutina a 24 comunidades repartidas entre La Paz y Pando es el Consejo Indígena del Pueblo Tacana. Entre las comarcas pandinas del Cipta establecidas al lado del río Madre de Dios se encuentran Mercedes, Toromona, El Tigre y Puerto Pérez. En el norte paceño se hallan las siguientes: San Miguel de El Bala, Villa Alcira, Capaina, Bella Altura, Buena Vista, Altamarani, Tres Hermanos, Copacabana, San Antonio del Tequeje, Carmen de Emero, Macahua, Santa Fe, San Pedro, Tumupasa, San Silvestre, Santa Rosa de Maravilla, San José de Uchupiamonas, Carmen Pecha, Cachichira y Esperanza de Enapurera. Dos docenas de villorios que han aunado esfuerzos productivos. Rivero precisa que originalmente el territorio tacana formaba parte de la provincia Caupolicán, que involucraba a San Buenaventura e Ixiamas, hoy denominada provincia Abel Iturralde. Teijeiro adiciona que los integrantes de esta etnia del norte amazónico son relativamente nuevos, de comienzos del siglo pasado, y no pueden ser acaparados en cuanto a edad con los tacanas de Iturralde. Mientras, los evangélicos Ottaviano subrayan que éstos no son un pueblo de montaña, sino de bosque porque la mayor parte, si no toda su existencia, la pasan en la llamada “selva baja”. ¿Y cuántos pobladores tacanas hay en Bolivia? El antropólogo Álvaro Díez Astete postula que alrededor de 1910 no tenían más de 100 familias. No obstante, según los números del Censo de 2001, los tacanas suman 3.580, aunque los estudios de Ramiro Molina y Xavier Albó estiman que son aproximadamente 7.345. Pero las cifras continúan: por ejemplo, el Cipta maneja que, según el primer Censo Indígena Rural de las Tierras Bajas y la Amazonia, de 1994, el pueblo tacana tiene 5.058 habitantes distribuidos en La Paz (3.109), Beni (1.469) y Pando (480). Hoy, esta entidad indígena calcula que solamente en la tierra comunitaria de origen (TCO) Tacana I, al norte de La Paz, hay 20 aldeas con 661 parentelas nucleares con 3.059 miembros; y en la TCO Tacana II, cuatro villorios con 666 integrantes. Más aún, Rivero asegura que los tacanas ascienden a 7.056; y el estudio etnográfico de los Ottaviano informa que hasta los años 60 este grupo étnico se componía de 3.000 a 5.000 personas que vivían en las selvas montañosas al este de los Andes en Bolivia. Para Teijeiro, sólo algo es seguro: “Los tacanas han crecido en los últimos años”. Una de las comunidades tacanas de la provincia paceña Iturralde es San Silvestre. Un lugar donde conviven 20 familias y que fue visitada por Domingo junto con el presidente de la organización territorial de base de la localidad, Feliciano Chau Yoamona. Un sitio donde impera la precariedad pero que rebosa de alegría por la amabilidad de sus estantes, que no cesan en el trabajo desde temprano en el día: los hombres en los cultivos y las mujeres con las labores del hogar. Expresión de la cultura tacana que fue parte del imperio Inca y que aún pugna su territorio con otros “enemigos”. Pugnas con colonizadores y madereros por el territorio Corazona Amutari Chau acaricia a su pequeño mono que se halla sujeto en su brazo izquierdo. “Es el que llamamos sawi, y come insectos como arañas y chulupis de la casa. Aquí hay animalitos de este tipo, pero han empezado a desaparecer por la tala de madera”. El territorio ancestral de los tacanas colinda con uno de los reservorios más importantes del orbe: el Área de Manejo Integrado y Parque Nacional Madidi, donde viven aproximadamente 733 especies de fauna, 1.100 ejemplares de aves y 6.000 plantas superiores; pero está asediado por la depredación de la Amazonía. Esta etnia acusa que en los gobiernos dictatoriales del siglo pasado, el Estado repartió tierras en grandes extensiones en la provincia Abel Iturralde, al norte de La Paz, y concesiones forestales que afectaron las áreas de sus comunidades. Con la penetración de la carretera de San Buenaventura a Ixiamas se inició, a la par, el proceso de colonización sin planificación y de manera desorganizada. Ante esto, en 1993 nació el Consejo Indígena del Pueblo Tacana (Cipta), para demandar los predios habitados por sus antepasados, los que abarcaban los departamentos de Beni, Pando y La Paz. Esta solicitud llegó posteriormente a las oficinas del Instituto Nacional de Reforma Agraria. Es así que desde 2003 existe una Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Tacana I que beneficia a 20 villorrios, la que supera las 370.000 hectáreas de extensión en la provincia Iturralde de La Paz; quedando pendientes 33.731 hectáreas para ser reconocidas. Aparte de ésta se encuentra la petición de la TCO Tacana II, con más de 454.000 hectáreas en la zona del río Madre de Dios, Pando, la cual toma en cuenta a cuatro aldeas, y está inmovilizada y en proceso de saneamiento. El antropólogo Wigberto Rivero Pinto comenta que las toponimias de la región demuestran que ésta era antes habitada por esta etnia. “Rurrenabaque quiere decir arroyo del pato en su idioma; Beni, viento; Ixiamas era nombre de uno de sus caciques… Hay otra TCO titulada en el Parque Madidi donde los tacanas están mezclados con otros originarios”. El presidente del Cipta, Jesús Leal Ruelas, dice que las aldeas “siempre tuvieron sus límites y lo único que se hizo con la tierra comunitaria fue recuperar sus espacios que estaban en dominio de gente completamente extraña y empresas”. No obstante, la pugna agraria ha llevado a que los miembros de esta nación se enfrenten con colonizadores collas que instalan sin autorización asentamientos en la tierra comunitaria de origen, los que han vuelto a proliferar por la promesa estatal del renacimiento del ingenio azucarero en San Buenaventura. Asimismo, la titulación de la TCO y los proyectos productivos en el área, comenta Leal, igual han provocado el retorno de los tacanas que en el pasado habían emigrado de sus poblaciones para intentar un mejor futuro económico en la urbe paceña o localidades cercanas. Rivero informa que otro problema se da por la tala selectiva de madera en la zona. Leal comenta que este punto ha pasado a ser controlado por la vigencia de las agrupaciones forestales en los predios tacanas. Ellas administran los recursos naturales y firman contratos con empresas y aserraderos para venderles la madera entre 0,60 y 0,80 centavos por pie, dependiendo de la especie. “Hay un manejo de desarrollo sostenible del bosque. Está prohibido el uso de motosierras, por ejemplo. El convenio es anual, y si la empresa del área incumple, se rompe el pacto”. El antropólogo José Teijeiro Villarreal sostiene que el lema “tierra y dignidad” está muy penetrado en el discurso tacana. Pero, tras haber logrado el reconocimiento de su territorio, asegura el responsable de Logística del Cipta, Arlum Medina Capiona, ahora la lucha de su cultura continúa contra los taladores de bosque que han provocado la depredación del medio ambiente y del hábitat natural de los animales, lo que se produce incluso por la bulla que emplean los “cazadores” de mara, roble y otras maderas apreciadas que todavía existen en el paraíso tacana. Uno de los aspectos que muestran la buena organización de los tacanas del norte paceño, a través de su Consejo Indígena, es que su predio originario fue zonificado para establecer una gestión territorial y una estrategia de desarrollo sostenible en cada sitio, de acuerdo con sus potenciales productivos. Esto ha llevado a la creación de un fondo de pequeños proyectos que benefician a comunidades y/o familias, lo cual ha comenzado a cosechar sus frutos en los últimos años. El objetivo final es lograr que los emprendimientos económicos se conviertan en empresas comunitarias. Por ejemplo, sobresalen los siguientes proyectos: el de crianza de abejas nativas, que extrae cerca de 19 kilogramos de miel desde 2006 y conformó la Asociación de Productores de Miel Huasha Ena TCO Tacana, que incluye a seis aldeas y apunta a la comercialización en todo el país; el de manejo de la pesca, con media docena de villorrios que crearon la Asociación de Pescadores Tacanas del Río Beni, cuyos miembros están acreditados en el rubro por la Prefectura de La Paz, y que han participado en las ferias del pescado organizadas en la ciudad paceña. El de peces ornamentales, con 11 poblaciones que estudian un precio justo para las 33 especies seleccionadas para su distribución; también se halla el de manejo de lagartos en las localidades de Carmen del Emero, Cachichira, San Antonio del Tequeje, Esperanza de Enapurera, Villa Fátima y Tres Hermanos: los resultados indican que la especie está en buen estado de conservación y que es posible su aprovechamiento sostenible a partir de este año; y el de mejoramiento de cultivos de cacao silvestre, con 140 hectáreas certificadas por la empresa Bio Latina. El idioma de las 23 letras Los niños de la familia Queteguari pasan el tiempo jugando con su pelota de fútbol, frecuentando el arroyo cercano, descansando y charlando en una carpa de nailon rodeados de cosas desordenadas y una cama vetusta, o en su centro educativo de la comunidad tacana de San Silvestre. Uno de ellos, Felipe, afirma que cursa tercero básico y que no habla su idioma ancestral. “No sé decir ni hola. No me enseñan en mi escuela”. Allí asisten 20 alumnos a cargo de un profesor que afirma haber realizado sus estudios en la ciudad de La Paz. El alfabeto tacana consta de 23 letras, cuatro vocales y 19 consonantes, y apunta a ser revalorado en las aulas escolares de los territorios de esta etnia. Así lo afirma el responsable de Logística del Consejo Indígena del Pueblo Tacana (Cipta), Arlum Medina Capiona. “Se han repartido libros de enseñanza a los pueblos y se capacita a profesores para que eduquen con este idioma”. Por ejemplo, los tacanas tienen traducción para la palabra computadora, pamapa enimecha’taji, o celular, waychidi emimipuji, o grabadora, s’atsu eid’abay… El antropólogo José Teijeiro Villarreal sostiene que esta lengua forma parte de una familia sociolingüística que recibe el nombre de tacana y de la cual forman parte las de otras etnias, como araonas, cavineños, ese ejjas o toromonas. “Hoy, el idioma tacana sólo es hablado en el norte amazónico por algunos ancianos. No hay que confundir el romanticismo con la realidad, hay personas muy comprometidas con fortalecer lo propio y otras que piensan que lo propio es ya una cosa del pasado. Y ésa es la expresión de un grupo desestructurado”. Según el antropólogo Wigberto Rivero Pinto, hay escuelas en la mayoría de las aldeas tacanas de las tierras bajas, pero pocas son bilingües. “Hay niños que viven muy en el monte y no pueden estudiar por la lejanía de las aulas. Los educadores pueden ser de Rurrenabaque o quechuas; no tengo datos actualizados de ello, pero hay profesores de afuera que no conocen la cultura tacana y crean un conflicto en el aspecto idiomático que es muy serio. Yo diría que esta lengua está perdida y sólo se reduce a algunas personas adultas, la mayoría ancianos”. Los misioneros evangelistas John e Ida Ottaviano explican que la asistencia escolar entre los tacanas es esporádica debido a sus responsabilidades. Las muchachas, por ejemplo, aprenden a hilar durante su niñez y a los diez años ya empiezan a tejer sus primeras correas, aparte de ayudar a su madre en las labores del hogar, lo cual puede derivar en su deserción de las aulas; en cambio, los varones tienen mayor tiempo, aunque igual colaboran a pilar el arroz y traer agua, y acompañan a sus progenitores en la cacería: el padre llama a su hijo joven su ebai puji, su brazo. Estos extranjeros dicen que los tacanas contaban originariamente sólo hasta dos y se prestaron los guarismos del tres al diez del quechua. Para las cifras mayores que diez usan la fórmula: un diez, dos pasaron=12; dos diez, dos pasaron=22. “Aun cuando el pueblo no tiene balanzas, pueden estimar pequeños pesos con exactitud. Las medidas son: eme bahua, largo de un dedo; eme danaja, entre dos mandillas (de la mano); piada cuata, largo entre la punta del meñique y la del pulgar; eme suetupuatani, del codo a los dedos; piada huara, de un sobaco a los dedos de la otra mano”. Para Rivero, el idioma tacana está en peligro de extinción porque los miembros de esta etnia niegan ser indígenas y aspiran a vivir como campesinos castellano hablantes, con las costumbres y oportunidades del molde occidental de los criollos y mestizos. “Solamente en la localidad principal de Tumupasa y cercanías hay familias que mantienen el empleo de esta lengua”. Esto a pesar de que el Instituto Lingüístico de Verano, del cual provienen John e Ida Ottaviano, tradujeron la Biblia y elaboraron cartillas de alfabetización destinadas a evitar este extremo. El Cipta aún cree que hay tiempo para luchar contra este problema. Por ello, con el apoyo de la Confederación de Pueblos Indígenas del Oriente Boliviano, el pueblo tacana participa en el programa de educación del Consejo Educativo Amazónico Multiétnico con la capacitación de las juntas escolares de la tierra comunitaria de origen Tacana I durante dos años, lo que permitió dar becas de estudios a personas elegidas por las comunidades y así se logró la otorgación de diez ítems escolares para profesores bilingües, para revalorar el idioma en riesgo. La lengua tacana tiene 16 letras provenientes del castellano y siete son propias de ella. A, B, CH, DH, D’, DJ, E, J, I, K, M, N, Ñ, P, R, S, SH, S’, T, TH, U, W, Y. El bastón negro del Cacique originario La etnia tacana tiene una estructura jerárquica de autoridades que combina lo ancestral con la emergencia del poder municipal en el país: por ejemplo, en sus aldeas mandan los caciques originarios y, a la par, los corregidores y presidentes de las organizaciones territoriales de base. Uno de estos últimos es Feliciano Chau Yoamona, a cargo de la comarca de San Silvestre, en el norte paceño. “Llevo más de 30 años en este lugar y este año me tocó servir a mi pueblo. Todo entre los tacanas se construye con respeto, por eso no hay muchos problemas entre nosotros”. La defensa del discurso de tierra y territorio provocó el nacimiento de matrices que no sólo aglutinan a los tacanas, sino a miembros de otras etnias. En este nivel se sitúan, por ejemplo, la Confederación Indígena del Oriente Boliviano, la Central Indígena de la Región Amazónica de Bolivia o la Central de Pueblos Indígenas de La Paz (Cpilap). Y hasta la internacional Coordinadora de los Pueblos Indígenas de la Cuenca Amazónica. No obstante, la que sobresale entre los poblados paceños y pandinos de esta nación es el Consejo Indígena del Pueblo Tacana (Cipta), creado por jóvenes en 1990. El Cipta congrega a 24 localidades de las provincias Abel Iturralde (La Paz), y Manuripi y Madre de Dios (Pando). En el primer peldaño de sus niveles de decisión está la Gran Asamblea, que se efectúa cada cuatro años; luego se sitúan las Asambleas Constitutivas, celebradas anualmente en las aldeas, y luego las Asambleas Sectoriales, que se implementan cada año, cuando las poblaciones originarias participan según el sector al que pertenecen, y en casos de emergencia o temas de difícil solución se realiza un extraordinario Consejo de Corregidores. Algunos villorios tacanas de la amazonia norte de Pando y Beni han formado la Organización Indígena Tacana, afiliada a la Central Indígena de la Región Amazónica de Bolivia y, por ello, a la Confederación Indígena del Oriente Boliviano. Y el grupo yaminahua de Pando creó la Central Indígena de Pueblos Originarios de la Amazonia de Pando. El mando comunal está a cargo del Corregidor, el Cacique, el Policía, el Comisario y los guarajes. El Cpilap señala que la organización sociopolítica de esta etnia conserva, de manera refuncionalizada, el sistema de autoridades que implantaron los franciscanos. El responsable de Logística del Cipta, Arlum Medina Capiona, informa que el máximo líder de una comunidad es el Corregidor, nombrado por el Estado y es el que convoca a reuniones, trabajos comunales o la coordinación con su ente matriz. El cargo posterior es el de Cacique, elegido en la aldea y el que vela por el respeto a las tradiciones en las fiestas (que la chicha esté bien recocida o la atención a los invitados). El siguiente a la batuta es el Presidente de la Organización Territorial de Base, que sobre todo colabora con los asuntos que se tratan con los municipios. Justicia “Parece que no fuera tan duro, pero hace arrepentir a los delincuentes y culpables”. El presidente del Consejo Indígena del Pueblo Tacana (Cipla) del norte paceño, Jesús Leal Ruelas, no dubita en sus palabras cuando se refiere al cepo, una construcción de madera con cinco huecos que es el castigo tradicional del sistema de justicia de los tacanas. Dependiendo de la gravedad del delito, los acusados pueden ser obligados a ingresar desde sus dos pies (en caso de robos) hasta su cabeza y dos brazos (violación y asesinato) a los hoyos del instrumento. “Puede estar hasta seis horas. Hace cansar el cepo”. El cepo no sólo puede ser destinado a los tacanas, sino también a los foráneos. El responsable de Logística del Cipla, Arlum Medina Capiona, recuerda que en una ocasión personeros del Instituto Nacional de Reforma Agraria fueron sometidos a esta tortura por no atender los requerimientos de un villorrio. “Los dos palos te aprisionan y aprietan entre el pie y la canilla. Si te mueves mucho te ocasiona un hinchazón en las partes sujetadas. Una vez hubo una persona que fue castigada durante toda una noche por haber estado involucrada en un delito muy fuerte”. No obstante, hay otras sanciones en la justicia de esta etnia como las multas económicas y trabajos comunales como la limpieza de la plazuela local o la casa del Corregimiento, éstos son comunes en las peleas de personas en estado etílico. Al final se firma un acta de compromiso por parte del demandado para no volver a cometer los errores. “Se organiza un debate a nivel de los pobladores y se elabora un veredicto que cuenta con la participación de todos”. Leal informa que las autoridades son las que portan una reglamentación para aplicar los castigos. Medina dice que es el Corregidor el encargado de la solución de las controversias, complementado por la labor del Cacique, el policía y el Comisario. Además, las notificaciones a los demandantes y acusados corren por cuenta de los guarajes o mensajeros. “Los problemas que son muy difíciles son remitidos a los efectivos policiales de San Buenaventura, para que se deriven a la justicia ordinaria. Pero eso sucede en casos extremos, generalmente las cosas se arreglan a nivel interno y con la aplicación del cepo, que es a lo que más temen y odian los tacanas”. El antropólogo José Teijeiro Villarreal relata que en una de sus estancias en la comunidad tacana de Villa Alcira presenció que la Asamblea era el máximo nivel de decisión en juicios comunitarios. “Se reunieron los habitantes en la escuela a petición del Corregidor y allí se discutió y analizó el caso, y se sacaron las conclusiones. En los hechos que involucran a terceros, por ejemplo aquellos que ingresaron sin autorización en el territorio originario, éstos llegan hasta el Consejo Indígena del Pueblo Tacana, que se dedica a una tarea de gestión”. Su homólogo Wigberto Rivero Pinto ratifica que los procesos de “mínima cuantía”, como las dificultades familiares con los hijos que desean casarse, son resueltos por el Corregidor, Cacique o el Presidente de la aldea. “Ellos consultan a la gente reunida, pero al final son los que toman la decisión del castigo. ¿Cuáles pueden ser éstos? Sé que igual tienen una especie de carceleta o que cavan un pozo donde ponen maderos encima del acusado que permanece varios días. Antes lo amarraban por horas al palo santo que contenía hormigas”, cuyas picaduras ocasionan fiebre. Los misioneros evangelistas John e Ida Ottaviano explican que “a veces surgen enemistades y resentimientos entre familias tacanas, pero se traducen en frialdad y alejamiento entre los antagonistas. Un grupo o persona puede incluso trasladarse a otra área para evitar contactos. Estas enemistades, sin embargo, no resultan en venganzas sangrientas ni se practican riñas abiertas y públicas, ya que a los tacanas les disgusta mostrar abiertamente sus sentimientos, aun entre ellos. Los asesinatos son desconocidos y las guerras internas son actualmente inexistentes”. Entre los tacanas del norte paceño también son reconocidas otras autoridades estatales como los alcaldes de los principales municipios de la provincia Abel Iturralde, San Buenaventura e Ixiamas, o sus agentes cantonales que coordinan con las localidades de las etnias repartidas por la región amazónica, las que se reúnen principalmente con los presidentes de las organizaciones territoriales de base y los corregidores para comunicarles de las reuniones que se celebran en los ambientes ediles cercanos o las tomas de decisiones de los líderes municipales. El sincretismo católico y ancestral Los tacanas creen en un dios que creó el cerro Cacquia Dacha o Caquiahuaca para que cuide las cosas terrenales, cerca de la localidad de Tumupasa, al norte de La Paz, entre los municipios de Ixiamas y San Buenaventura de la provincia Abel Iturralde. Sus antepasados veneraban igual a la Madre Tierra o Eauaquinahi, Pachamama desde el arribo de los incas a su tierra; a los espíritus que protegen la naturaleza, como daoabai, espíritu de los arbustos; chibute, ánima de los árboles; einidu, sombra de los cazadores; los edutzi, seres o piedras divinizados, y el ishawa, un demonio que produce enfermedades que deben ser curadas por los yanaconas o chamanes. La mitología asentada en esta etnia no tiene límites y se mantiene en los relatos de los más ancianos, aunque corre el riesgo de perderse en sus memorias. Los misioneros evangélicos John e Ida Ottaviano señalan que los cuentos tacanas tratan del Sol, la Luna y las estrellas; los animales y el mundo espiritual; muchos de los cuales explican fenómenos naturales a través de dobles significados. Entre sus espíritus y seres sobrenaturales, el más poderoso es el que recibe el nombre de beni ecuai, jefe de los vientos, y no es menos el mara ecuai, espíritu de las estaciones, y la Pachamama, deidad quechua que para ellos es la divina protectora de la vida animal. No obstante, todos estos personajes inanimados tienen espíritus subordinados a quienes envían para la efectividad de sus órdenes. Por ejemplo, el carashana edutsi, espíritu de la flecha, trae buena suerte en la caza, y por ello el cazador solicita sus bendiciones y lo recibe en su propio cuerpo tras beber la chicha que tiene como su habitación. A la par, ciertas especies de árboles grandes son evitadas porque hay la creencia de que los espíritus einidu viven en ellos: si uno de estos ejemplares se halla en terreno que uno piensa rozar, no se lo debe cortar de inmediato, sino hasta que el chamán haya efectuado el servicio “curativo” que amerita el caso. Tumupasa (tumu-pasa, piedra-blanca) convoca el respeto de los tacanas por su valor ancestral e histórico. La punta más elevada de las serranías o lomas de la cordillera Cacquia Dacha o Caquiahuaca (lugar alto y sagrado, en quechua) están cerca de este poblado. “Se la puede ver casi de todas partes del territorio circundante, inclusive de tan lejos como Ixiamas”. Ellos consideran al Cacquia Dacha el “ombligo del mundo” y defienden que el destino después de la muerte parece “una peregrinación incesante y sin destino fijo por la selva cercana a sus casas”; pero por el sincretismo con el catolicismo ya se acepta al cielo como destino final. El antropólogo Wigberto Rivero Pinto sostiene que, más allá de estas creencias sobrenaturales, la mayoría de los miembros de esta nación es afín a la Iglesia Católica, más aún por la presencia histórica de las misiones franciscanas en su territorio desde los siglos XVI y XVII, y la instalación en 1942 del Vicariato Apostólico de Reyes, en Beni, que influyó en los tacanas del norte amazónico. A mediados del siglo XX, empero, ingresaron los predicadores evangélicos en sus predios, al mando del Instituto Lingüístico de Verano, aunque sus afanes chocaron con la indiferencia indígena y no tuvieron más remedio que partir a otros pueblos de las etnias cercanas. Los Ottaviano igual comentan que “los misioneros católicos escribieron (antaño) un catecismo en lengua tacana. No hay, sin embargo, evidencia de que éstos hayan intentado con ello un programa de alfabetización entre los originarios, y fue evidentemente escrito para facilitar el trabajo de los clérigos que predicaban en una lengua extranjera”. Más allá de estos alegatos, el presidente del Consejo Indígena del Pueblo Tacana (Cipta), Jesús Leal Ruelas, calcula que 80 por ciento de los tacanas son católicos y ello también se demuestra en el calendario festivo que rige en las comarcas y los templos erigidos en éstas, al mando de un cura o “maestro”. Ello se expresa adicionalmente en antiguas vestimentas que portaban los integrantes de esta cultura, como los mantos que llevaban los varones para tapar su cuerpo, al estilo de sotanas jesuitas, los cuales eran sujetados por la cintura con una faja que recibía el denominativo de wachiray. Sin embargo, comenta el responsable de Logística del Cipta, Arlum Medina Capiona, no se puede negar que algunos indígenas o colonizadores que retornaron o se asentaron en predios originarios de esta etnia han incrustado el evangelismo y pretenden diseminarlo por los villorios: por ejemplo, en Tumupasa existen hoy dos congregaciones de esta doctrina que celebran sus cultos los fines de semana. El ciclo vital tacana El antropólogo Wigberto Rivero Pinto explica que la organización social básica de los tacanas se fundamenta en la familia nuclear. “Tienen tendencia de contraer matrimonios endogámicos en un alto porcentaje”. Aunque no hay una ley interna que determine esto, porque ahora los miembros de esta nación también contraen nupcias con collas, cambas o integrantes de otras etnias. El hombre se dedica al trabajo en los cultivos o parte de la casa para conseguir trabajo en otro sitio, y la mujer, como una constante en los grupos amazónicos, asume un rol igual de importante al administrar y distribuir la economía familiar, y también produce artesanías”. La visión tacana de los ciclos vital y del ser humano guarda datos reveladores para el ámbito antropológico. Así describen este mundo los misioneros John e Ida Ottaviano: por ejemplo, la herencia en esta etnia se rige por la línea del padre, los bienes sujetos a ser traspasados son cafetales, escopetas, la casa, ropa, animales domésticos y cosas personales. La autoridad principal de la familia extendida recae sobre el progenitor, que es “todopoderoso”, y el siguiente en autoridad es el hijo mayor, respetado por hermanos y hasta cuñados que conviven en el hogar. Los términos de parentesco son: edue, pariente y hermano; tata edhi, abuelo; ahuicha, abuela; cuara, madre; tataibe, hermano de padre; juju, hermano de madre; cuaibe, hermana de madre; nene, hermana de padre; cuna, hermano de mujer; usi, hermano mayor de hombre; dau, hermano menor de hombre; dana, hermana menor de mujer; bacua, hijo o hija de hermano de hombre; ucucz, hija de hermana de hombre; bui, hijo o hija de hermano de mujer; hue, esposo o yerno; ne, esposa o nuera; ebaquepunaeczhue, hija; ebczcuaaane, hijo. El esposo colabora en el parto con su mujer, quien se pone de cuclillas sobre una estera para dar a luz. Para evitar que el bebé muera de niño, el cordón umbilical debe ser cortado por un hombre ajeno a la parentela, el que luego se convierte en padrino de la criatura. Si no se encuentra al hombre adecuado, se deja al pequeño unido a la placenta hasta que sus padres lo hallen, hasta por un día. Posteriormente, la placenta es envuelta en hojas y se la coloca en las ramas de un árbol con espinas para que el infante sea más fuerte. Los recién nacidos son apretadamente fajados y protegidos del viento. La madre es atendida con bebidas calientes para su recuperación y no es visitada durante el primer día. El niño no recibe oficialmente nombre hasta el bautizo. Los varones ayudan en el trabajo a sus progenitores, incluso son los que sostienen el hogar con la cacería, mientras que las mujeres aprenden a hilar, tejer y ayudar a sus madres en las tareas de la casa. La edad promedio para el casamiento de los tacanas es de 18 a 22 años; los hombres lo hacen, generalmente, tras salir del cuartel. El joven le indica a su padre la chica con la cual desearía casarse, y éste pide la mano de ella a sus progenitores, aunque usualmente ya hay un acuerdo por debajo entre los enamorados para que suceda ello. Hay la costumbre de que el varón le regale a la novia un collar de perlas y con telas blancas para usar el día de las nupcias. El ritual se celebra en la iglesia católica, y después de éste se instala una fiesta donde sobresale la presencia de la chicha. Luego la pareja define en cuál de los hogares vivirá hasta llevar una vida independiente. La muerte tiene asimismo costumbres en esta etnia. Los tacanas bañan el cadáver antes de enterrarlo y lo envuelven en tocuyo al estilo de una momia. El velorio dura 24 horas y los parientes cantan los lamentos. El ataúd se hace de tablas labradas de balsa y es trasladado sólo por varones. Los Ottaviano sostienen que hay evidencia de que en la antigüedad estos indígenas encerraban a sus muertos en urnas de arcilla dentro de su vivienda, la que luego era abandonada; hoy también se aplicaría esto. El luto se guarda por ocho días y en este periodo se infunde valor a los dolientes. Las migraciones del pueblo tacana Juan Navi no para de sonreír ante la cámara fotográfica, mientras retira los helechos que impregnaron los cultivos de cacao natural en su casa de la localidad tacana de San Silvestre, al norte del departamento de La Paz. “Mis hijos ya no tienen por qué partir de esta región. Ahora tenemos tierras comunitarias y somos dueños de lo que era de nuestros antepasados. Por eso ha frenado la migración hacia ciudades de otros departamentos y pueblos cercanos, como Riberalta, para trabajar en la castaña y rayar la goma. Aquí tenemos todo y ya no es necesario ir a buscar trabajo, aunque tal vez se deba salir para estudiar”. Según el antropólogo José Teijeiro Villarreal, el integrante masculino de las etnias del norte amazónico pandino es el que parte de las comarcas a las labores de la castaña o la goma en Rurrenabaque, Riberalta y San Buenaventura. “Pero esto no lo vi entre los tacanas de la provincia Iturralde de La Paz, donde ellos ofrecen su faena a las estancias y haciendas. Y muchos no regresan, hay ese riesgo. Los jóvenes son los que más parten por sus expectativas”. No obstante, este proceder ha ido disminuyendo con el tiempo. El investigador Wigberto Rivero Pinto afirma que las poblaciones de esta etnia se fueron desintegrando por el fenómeno de la migración imperante en anteriores años, porque gran parte de su población partió a Riberalta, Beni. “No fue algo planeado y se mezclaron con otros grupos de indígenas. Por lo tanto, los tacanas de la amazonia son una cultura que trasciende en varios lugares, pero que no está articulada territorialmente, a no ser que se tome en cuenta sus áreas de origen, léase Tumupasa e Ixiamas. Son originarios campesinados, gran parte de ellos perdió el idioma”. Los misioneros evangélicos John e Ida Ottaviano establecieron en los años 60 del siglo pasado que el contacto de los tacanas con los forasteros era un fenómeno en apogeo, y por ello estos indígenas se iban aculturando cada vez más a los patrones de la cultura nacional dominante. “No obstante, hay algunos que mantienen su lengua originaria, sus valores y costumbres; empero, se debe considerar a esta etnia como un grupo aculturado que todavía tiene una rica herencia cultural que amerita mantenerse, tanto para el bienestar del grupo como para la vida nacional”. El responsable de Logística del Consejo Indígena del Pueblo Tacana (Cipta), Arlum Medina Capiona, comenta que esto ha parado en el norte paceño, y prefiere hablar de los problemas que ha traído la inmigración de colonizadores y buscadores de madera a las tierras de su nación. “Todos los que vienen quieren un pedazo de tierra y troncos de árboles. No tienen ninguna perspectiva por la agricultura ni el mantenimiento del ecosistema”. Y esto se incrementó en los últimos meses por la rearticulación del ingenio azucarero en el municipio de San Buenaventura. La salida de los tacanas de sus predios ancestrales y su retorno de las ciudades también ha conllevado su preferencia por la vestimenta occidental, algo que se inició con las misiones católicas de los siglos XVI y XVII. Hoy las prendas de vestir que emplean son comunes e incluso copiaron el tipoy de las tierras bajas. La pareja Ottaviano cuenta que los hombres concuerdan con estas características, porque las mujeres usan un vestido que cae directamente del cuello sin pliegues en la cintura, una variación del traje introducido antaño por los sacerdotes católicos. El futuro y la apuesta ecoturística El investigador Wigberto Rivero Pinto opina que la principal limitación de los integrantes de esta nación es la revaloración cultural. “Están muy echados a menos: no hablan su idioma, han perdido su cultura y su gran reto es revitalizar lentamente su lado originario. El otro tema es el económico, porque requieren un apoyo para actividades productivas que mejoren su bienestar; tienen títulos de tierras, pero no cuentan con gestión y desarrollo. Y, obviamente, están los aspectos sociales, como la mejora en la atención de su salud respetando su medicina ancestral”. El presidente del Consejo Indígena del Pueblo Tacana (Cipta), que aglutina a 24 comarcas en La Paz y Pando, Jesús Leal Ruelas, sostiene que la esperanza tacana para poder subirse al tren del desarrollo es el turismo ecológico, con un circuito que ofrezca los atractivos de la belleza natural, la fauna y flora de sus predios, sobre todo los presentes en el Parque Nacional Madidi. El plan estratégico de implementación se halla diseñado, lo que falta aún es la bolsa de financiamiento; no obstante, Ruelas estima que este año será presentada la propuesta al Gobierno nacional. Incluso ya se han establecido dos empresas comunitarias ecoturísticas en dos comarcas del norte amazónico: San Miguel de El Bala y Villa Alcira. “En las otras los proyectos están madurando. Nuestro propósito no es la competencia entre aldeas, sino hacer una circuito estratégico que las integre”. Por ejemplo, el villorio de Macahua ha realizado un levantamiento de información y elaborado planos y propuestas para la construcción de albergues en el proyecto Etno-ecoturismo Santa Rosita Las Ruinas, el cual ya cuenta con apoyo financiero. No obstante, el caso más importante de este tipo de emprendimiento se presenta en la zona de San Miguel de El Bala, donde lo planificado por sus habitantes apunta al rescate de las tradiciones tacanas y a brindar a los turistas una experiencia de contacto directo con el Madidi. Allí existe un albergue que ofrece siete cabañas familiares con baño privado, un centro de reuniones destinado a actividades sociales y al descanso, y un recorrido por las riberas del río Beni y de sendas de interpretación, peñas, pozas y bosques tropicales. Un caso que ansían emular las otras comunidades de la etnia.

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